Sobre la obviedad de los romances de oficina...

La semana antepasada, me enteré que una chica en mi oficina estaba saliendo con un subordinado suyo. Los detalles del sórdido escándalo llenaron los pasillos de la oficina: ‘¿Sabía el jefe? ¿Quién empezó qué? ¿RH permitía ese tipo de relaciones?’ Lo que nadie parecía preguntar era ‘¿desde cuándo?’.

Nadie lo preguntaba, porque todos sabíamos la respuesta. Habíamos estado como locos sacando adelante un proyecto para un cliente particularmente exigente. Durante las largas jornadas laborales, la convivencia del equipo fue tal que todos podíamos aportar anécdotas de evidencia: los dos llegaban y se iban frecuentemente a la misma hora, él sabía perfectamente cómo tomaba su café, etc. Algunos compañeros incluso llegaron a ofrecer relatos de “miradas furtivas y sonrisas coquetas” de los que habían sido testigos. En ningún momento durante el proyecto alguien osó especular que había algo entre ambos. Pero ahora, todos los sabíamos. Era más claro que el agua… en retrospectiva.

Hay una parte dentro de nosotros que añora estos chismes porque nos gusta crear historias que nos ayuden a encontrarlesentido y orden a los sucesos de la vida. Sin embargo, las narrativas que construimos son armas de doble filo. Al construirlas, reinterpretamos la información y hacemos a un lado los datos que no suman a nuestra historia. De tal manera que buscamos datos que nos parecen evidencia—las miradas, los cafés, etc—y dejamos a un lado los regaños y jalones de oreja. Esto nos lleva a creer que el resultado es fácilmente predecible, incluso si este era virtualmente imposible de predecir con la información disponible al momento de la decisión; piensa en la muerte del Archiduque de Austria y la Primera Guerra Mundial.

Tratándose de un chisme de oficina, quizá no es tan trascendente, pero puede tener importantes consecuencias en el sistema legal, médico y financiero ¿Qué pasa con un médico acusado de mal praxis por un padecimiento mal diagnosticado? Al momento de revisar la evidencia, el diagnóstico, ya confirmado, parece obvio.

A esta “trampa mental” la llamamos prejuicio de retrospectiva (hindsightbias) que fácilmente podría ser entendida como el fenómeno “siempre lo supe”. El prejuicio de retrospectiva es la inclinación, al conocer el resultado de un evento, a ver el presente como un suceso predecible, aunque existiera poca o nula información o evidencia para predecirlo. Pocos fenómenos cognitivos son tan interesantes o tan complejos como el prejuicio de retrospectiva. Es tan complejo que, incluso cuando sabes que existe el sesgo, es dificilísimo no caer en él. Mientras lees estas líneas, probablemente piensas “tiene perfecto sentido, es tan obvio que no ameritaba un post” – y, quizá, muchos entre ustedes habrán sido víctimas de este mismísimo sesgo.

Y entonces, si todos lo tenemos, ¿por qué es tan peligroso este sesgo? Bueno, a menos que todo en nuestra vida dependa de chismes de oficina sin trascendencia, este sesgo nos hace pensar que somos mejores haciendo predicciones de lo que realmente somos; pecamos de exceso de confianza en nuestra toma de decisiones. Esto causa que nos mostremos demasiado seguros sobre el conocimiento que tenemos y tomemos decisiones que podrían representar un alto riesgo.

Si todos somos víctimas, ¿qué podemos hacer? Como agentes interventores existe poco que podemos hacer para disminuir el efecto que este sesgo tiene en nosotros. Sin embargo, reconocerlo es un gran primer paso y, a nivel personal, existen algunos ejercicios mentales que pueden ayudarnos en este aspecto:

Roese y Vohs (2012) dos psicólogos de las Universidades de Northwestern y Minnesota, respectivamente, recomiendan explicar cómo los escenarios que no sucedieron, pudieron haber sucedido. De esta manera no esforzamos por recordar información que pudimos haber omitido porque no entraba dentro de la narrativa que finalmente sí sucedió.

Dobelli, en su libro The Art of Thinking Clearly, recomienda llevar un diario y escribir nuestras predicciones para todo tipo de cambios (peso, salud, cambios políticos, sociales, etc.) y, de cuando en cuando, regresar a comparar lo predicho con lo que realmente sucedió.

Para finalizar, creo conveniente aclarar: mi oficina no es tan interesante. O nos faltan los chismes o a mí no me cuentan. Pero, nos gustan las historias y, curiosamente, es como mejor recordamos las cosas y las ponemos en práctica. Más sobre eso en mi siguiente colaboración.

Gabriela RubioComentario